En la batalla, si haces que tu oponente se estremezca, ya has ganado – Miyamoto Musashi –
Existía en Tailandia haca ya muchos siglos una esplendorosa civilización que había crecido a base de invadir a los pueblos y naciones vecinas.
La civilización de Angkor se había convertido en un potente imperio militar que no cesaba de batallar contra unos y contra otros, para seguir devorando tierras, riquezas y esclavos de guerra. Muongmor Tiunmanglek era un joven oficial del inmenso ejército de Angkor que había ascendido rápidamente debido a sus habilidades marciales y a su aguda inteligencia en el campo de batalla. Todos los soldados Thai entrenaban duramente el Muay Thai, arte que no sólo incluye la lucha sin armas, sino todas las facetas del amplísimo mundo marcial; entre ellas la estrategia de combate, algo en lo que Muongmor siempre había destacado. De hecho, su condición física no era extraordinaria, comparada a la de otros jóvenes, pero un auténtico estratega. Siempre investigaba la naturaleza y el sentido de las técnicas de combate, analizando los conceptos marciales para descartar lo inútil y adaptar lo útil.
Por primera vez en muchos años, el imperio parecía estar en paz con todos sus atemorizados vecinos, así que Muongmor fue trasladado de la primera línea de batalla a un viejo cuartel militar en el centro del país. Los primeros días los empleó, como era habitual en él, a conocer la zona, el cuartel y los soldados que pasaban bajo su mando.
En uno de sus paseos por el cuartel descubrió a un joven fuertemente armado, junto a una vieja fuente de piedra descolorida, en medio de un pequeño jardín casi escondido entre los edificios. Le preguntó cuál era el sentido de hacer guardia en un sitio tan recóndito y perdido. El joven no supo responderle: «Cumplo órdenes», dijo. Preguntó a otro soldado que pasaba por ahí, quien simplemente respondió: «No lo sé. Pero siempre se han hecho guardias en ese jardincillo. Día y noche. Durante 24 horas». Muongmor inspeccionó los alrededores, por si se trataba de una zona estratégica que él aún desconocía. pero el jardín estaba aparentemente en medio de ningún sitio, rodeado de unas caballerizas (cuya entrada ya estaba custodiada), una pequeña cocina, un viejo barracón en desuso y un montón de maderos apilados.
Ese turno de guardia que tan celosamente se cumplía las 24 horas tenía un sentido aún misterioso para Muongmor. Con la sensación de que se le estaban ocultando algo, el joven oficial revisó cuidadosamente los planos del cuartel, sin descubrir ningún pasadizo ni almacén secreto por esa zona. Convocó al oficial de zona para pedirle explicaciones. Éste tampoco sabía por que se hacia esa guardia: «Cuando me destinaron aquí llevaba años haciéndose. Y como nunca he recibido la orden de eliminar ese turno de guardia…»
Muongmor siguió investigando entre otros oficiales veteranos, y la respuesta era siempre la misma: la guardia se hacía así porque siempre se había hecho, le decía. Generación tras generación los oficiales habían transmitido la orden y los soldados la habían obedecido. Y los oficiales parecían incluso molestos de que aquel jovenzuelo andara cuestionando lo que siempre se había hecho, entrometiéndose en la forma de funcionar del viejo cuartel. «Si siempre se ha hecho esa guardia por algo será…», sentenció contundentemente uno de los oficiales más veteranos. Pero Muongmor no podía conformarse con explicaciones vacías, con respuestas absurdas. Esa guardia debía tener un por qué, una razón de ser, un origen.
Así que decidió acudir a los viejos archivos del cuartel, donde se almacenaban automáticamente todas las órdenes escritas, expedientes, informes, etc. en rollos. Los archivos estaban llenos de telarañas, pues la única persona que entraba ahí desde hacía años era el archivero para amontonar los últimos papeles.
Tras semanas de minuciosa investigación, removiendo miles de polvorientos documentos, Muongmor por fin descubrió el papel en el que estaba transcrita la orden por la que se instauraba «El Turno de la Guardia en el jardín trasero de la Zona B, Área 3».
El documento estaba fechado hacía 99 años, y decía lo siguiente: «Transmitimos la Orden para que el Cuerpo de Oficiales tenga conocimiento de ello: El Oficial en Jefe Pangmai Chitiranmai ordena el establecimiento de una Guardia durante 24 horas junto a la Fuente del jardín Trasero de la Zona B, Área 3, para evitar que nadie toque la fuente que acaba de ser pintada».
Parece ser que Pangmai murió de viejo al día siguiente, sin poder dar la orden de cesar el turno de guardia…